Bettyna Rivero nació en Montevideo (Uruguay) en 1963 y desde muy joven unió dos pasiones: los viajes y la artesanía. “La vocación creo que la heredo de mi padre que tenía un taller de chapa, pintura y algo de mecánica y a mi me encantaba jugar ahí con las herramientas. El acompañarlo cuando soldaba piezas me entretenía y podía pasarme horas en su lugar de trabajo”.
La etapa viajera comienza a finales de los años ochenta recorriendo distintos mercados artesanos de fin de semana. “Empecé con las botellitas rellenas de arena coloreada que formaba paisajes, luego seguí con la bisutería y con mis primeros acercamientos a soldar con trocitos de estaño y una vela”.
Así, inicia un largo período en Buenos Aires, ciudad con tradición de circuitos de mercadillos artesanales en parques y plazas públicas. “Ese entrenamiento en la ciudad me animó a presentarme a ferias y eventos artesanales más grandes, lo que me permitió visitar otros enclaves del país como Bariloche o Córdoba y realizar escapadas a Brasil”.
Este modo de vida funcionaba y pedía nuevos horizontes por lo que, mochila a la espalda y acompañada de herramientas y su guitarra, Bettyna inicia un recorrido por Sudamérica que la lleva al norte de Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador y a Colombia, país en el que vivió 11 años, alternando su estancia con viajes cada dos años a Uruguay para ver a la familia. “Iba de pueblo en pueblo, vendiendo artesanía, juntando el dinero y atravesando en algunos momentos zonas conflictivas hasta llegar a casa para luego volver a retomar el camino”.
Todo ese tiempo fue muy rico en aprendizaje “ya que en cada mercado te encontrabas con artesanos de distintas zonas con los que intercambiabas técnicas y continuabas perfeccionando tu estilo”.
Con 32 años, ya instalada de nuevo en Uruguay, una amiga que había viajado a Europa le habla de Formentera, “una isla en la que había estado y había visto como funcionaban los mercadillos”.
Después de trabajar un verano vendiendo artesanía en la playa uruguaya de La Paloma, Bettyna y su amiga ponen rumbo a Formentera donde se encuentra al llegar con que los mercadillos no son abiertos como sucedía en muchos lugares de Latinoamérica. “Me tuve que poner las pilas y por 10 años tuve que realizar otro tipo de trabajos en hostelería y jardines ya que necesitaba estar contratada para tramitar mi permiso de residencia. Luego de ese periplo comencé a pedir puesto en los mercadillos y conseguí en el de Sant Francesc y el de Sant Ferran y este último lo dejé cuando me salió la Fira de la Mola», recuerda la artesana.
Todo ese trayecto vital estuvo acompañado además de un aprendizaje en materia de joyería que la llevó a solicitar la carta de artesana que otorgan Govern y el Consell de Formentera y que obtuvo en 2009 después de mostrar “in situ” su taller y su trabajo ante el jurado, y de acompañarlo por una serie de entrevistas, fotografías y testimonios que logró recopilar con la ayuda de artesanos con los que había compartido vivencias y aprendizajes durante su periplo por Sudamérica y que le llevó un año recopilar.
Joyería inspirada en la isla
En su hiper ordenado taller en las afueras de Sant Francesc, Bettyna cuenta con las herramientas necesarias para realizar todos los procesos (pesado, fundido y laminado) que necesita la plata de ley. Luego llega la hora del trabajo manual sobre cada modelo de anillo, pulsera o colgante en el que intervienen otros pasos como el calado y la soldadura hasta el pulido final.
“Me encanta hacer anillos y pulseras, es lo que más hago buscando que tengan movimiento y que jueguen con el sonido”, explica la artesana. Así, cada modelo realizado en plata, tiene su propia música, como el anillo Saturno que lleva una pieza que se mueve y al chocar con el cuerpo central produce sonidos.
Además, las joyas de Bettyna tienen un sello propio con las coordenadas oficiales de Formentera (38º42’N 1º27’E) “y desde que las comencé a usar pasé a ser conocida como la chica de las coordenadas cuando alguien se interesa por alguno de mis trabajos”.
La artesana joyera remarca a Formentera como principal fuente de inspiración “sobre todo su naturaleza y eso se refleja en las piezas que hago desde una visión personal”.
Bettyna destaca además el progreso personal que ha vivido como artesana y que considera que también lo han pasado sus compañeros de oficio. “Hemos creado entre todos un contagio de superación, nos ayudamos mutuamente, hemos incrementado la creatividad y mejorado muchísimo la forma de exponer nuestros trabajos en las paradas de los mercadillos”, apunta mientras trabaja en una pieza de la producción que prepara para vender esta temporada 2022 en Sant Francesc y la Mola.