Artículo de opinión de Valentín Villagrasa/
El olor a quemado o la viva imagen de la desolación son el referente después de un incendio forestal. El olor permanece más allá del tiempo del olvido. El paisaje varía a medida que las primeras lluvias permiten regenerar una pequeña parte de la vegetación, pero la esfinge de una sabina convertida en carbón vegetal tarda en borrarse de la memoria fotográfica de quienes han sido testigos de tanta destrucción.
Ayer fue un bosque verde que por una vez superó la sequía gracias a unas generosas lluvias de marzo. Hoy si usted se pasea hasta el Hotel Cala Saona y mira a su izquierda en la confluencia con el camino de de Punta Rasa solo queda un hueco en la foto de google de un extraño color ceniza.
Primero es la sorpresa por algo que «no puede ser». Después la inquietud por lo «que es». Y entonces empieza la preocupación de «la mirada continuada a un horizonte próximo». Le sigue el miedo a «la realidad». Continúa con la ansiedad del «peligro inminente» que anula la capacidad de reacción inmediata.
Todas ellas son sensaciones de la condición humana ante un hecho como fue el tercer incendio en la zona de Cala Saona. Detrás de cada una de ellas hay personas. Como dice Ramón Tur «Avui Cala Saona no tenia empleats, tenía gent compromesa». Es el resumen de cuantas historias humanas hay detrás de este siniestro que acabó bien, aunque pudo acabar mal, sino hubiera «gent compromesa» capaz de desafiar las mínimas leyes de la seguridad personal y pelear con los materiales más rudimentarios para vencer al fuego.
De Borja o de Vicens o de Marc, de Riki y de tantos otros hasta, no me los hagan contar, muchos dicen entre empleados y clientes vamos a contar sus pequeñas historias de una tarde algo más que movidita….
Chanclas frente a botas homologadas. Camisetas de tirantes frente casacas adecuadas. Cubos “o lo que pilles” frente a mangueras de excepcional presión.
Una cadena humana desde el Hotel hasta el foco próximo acabó por desbaratar las malas intenciones de quien o quienes pegaron fuego a los matojos. Me cuentan que algunos clientes preparaban agua o cafés para los que estaban en las trincheras…toda una lección de «gent compromesa».
Pero hay parte de estas historias que tienen que contarse en primera persona…
Es la de José o Karin…especialistas en mantenimiento que ayer después de las primeras alarmas se fueron hasta donde Juan Antonio y Jordi observaron el primero de los focos a apenas 200 metros del hotel…Jose, sevillano afincado por temporadas en esta Formentera cercana al paraíso tardó más desde su casa hasta allí, tuvo que venir por Porto Saler después del primer aviso…Llegó a tiempo de acercarse a un pino “seguro que era un único pino”, asegura que estaba ardiendo. No había agua, ni materiales adecuados.
Sólo arena del torrente para hacer frente a la amenaza. Lo apagaron. Mientras pasó un primer helicóptero de información “creo” dice Jose…y mientras seguían haciendo frente a ese pino ardiendo, un segundo helicóptero dejó caer el agua milagrosa, como en el futbol. Les sorprendió el chaparrón de una tormenta programada…mojados pero aliviados “el agua estaba muy salada” recuerda. Claro venía del mar. De allí acudieron a un segundo foco..”este era mayor” vuelve a remarcar. Pero ya se habían incorporado los “bomberos improvisados” todo el equipo de cocina, armados con los cubos y algunos utensilios capaces contener agua.
No sabemos si hubo lucha titánica, pero si que el resultado final fue apagar el fuego. También en esta ocasión con la ayuda del helicóptero…y por qué no decirlo también se mojaron de lo lindo…gajes de ser “bombero por un día”.
Una tarde para el olvido, pero que gracias a estas personas puede ser reconfortante en el aspecto humano…”no son empleados, son gent compromesa”.
Historias pequeñas que juntas conforman en muchas ocasiones una epopeya jamás escrita.