Los viejos oficios nunca mueren

Jerónimo recupera la tradición de afilador por los pueblos de Formentera

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Jerónimo afilando cuchillos en Sant Francesc
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Cuando yo era pequeña vivía en un cuarto piso de un edificio de apartamentos en un barrio muy conocido de Buenos Aires. A pesar de la distancia con la calle desde la altura de la casa había un sonido que subía y me levantaba las antenas. Era el del afilador que con su pequeño silbato, similar a una armónica, anunciaba su llegada al barrio. Me recuerdo corriendo a la cocina a decirle a mi madre o a mi abuela, la que estuviera al mando en aquel momento, que me dieran los cuchillos y tijeras para llevarlos a afilar.

El señor se llamaba Enrique y yo, toda seria, le entregaba los instrumentos envueltos en un paño para que él los afilara pedaleando una antigua bicicleta que hacía mover la piedra de lija y que los dejaba perfectos para el corte.

El sonido del metal sobre la piedra me encantaba, así como las chispas que salían y que, digo la verdad, me daban un poco de miedo.

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Jerónimo y su bicicleta afiladora

El pasado viernes por la mañana, en la plaza de Sant Francesc un sonido me resultó familiar y siguiéndolo me encontré en una esquina con un afilador y su bicicleta. Se trataba de Jerónimo, un joven argentino que lleva más de 10 años en España y que compagina su actividad como músico con este noble oficio que, a mi entender, no desaparecerá. «Cuando llegué a Barcelona, uno de los chicos que vivía conmigo venía de familia de afiladores y me enseñó el oficio», comentó Jerónimo a Formenteraavui.

 

 

 

 

Buscando en Internet, Jerónimo dio con unos particulares de Jaén que vendían la antigua bicicleta de afilador de su abuelo en perfecto estado que había sido utilizada por tres generaciones y que incluso conservaba el bolso de cuero que se ubica sobre el manillar donde se coloca la lija, la piedra para quitar las «rebabas», así como las alforjas para transportar las herramientas. «No lo dudé y la compré, afila que da miedo, y comprendí que es un oficio muy hermoso», confesó con entusiasmo mientras los «guiris» que lo rodeaban no paraban de sacarle fotos y algunos explicaban a sus hijos el trabajo que estaba desarrollando el afilador.

Jerónimo lamentó haber olvidado en casa la pequeña armónica pero no importaba, ya que ese sonido está metido dentro del acerbo cultural de muchas generaciones.

 

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